lunes, 12 de diciembre de 2011

UN ESTILO



Lo vio y fue una sorpresa  para ella, en el conjunto de gente que esa tarde caminaba por   Cabildo, enseguida despertó su curiosidad y lo observó sin prejuicios, humanamente, como siempre le gustaba fijar su atención en las personas que la rodeaban, el personaje que la atrajo, se encontraba totalmente desaliñado, con su barba y pelo que pedían después de mucho tiempo, ser atendidos por un peluquero generoso, su ropa iba, desde el andrajo al jirón de tela formada por atuendos varios, que vestían a un ser alto y desgarbado, erguido entre la multitud, desafiante a todos, cuyos ojos fríos y distantes, miraban hacia adelante sin ver a nadie, solo el camino que se encontraba decidido  a seguir, su paso enérgico hizo que pronto, demasiado pronto para el gusto de ella, se perdiera entre la multitud de extraños e indiferentes que esa tarde como tantas caminaba por la avenida, un detalle en la vestimenta de el -si a eso se le podía llamar vestimenta- la angustió más todavía, caminaba descalzo, sus pies desnudos pisaban el suelo cual si estarían enfundados, en los mejores zapatos de marca que se pudieran usar, pies por tal circunstancias, manchados de suciedad y lastimados; se dijo a si misma que al menos debería paliar en algo ese sufrimiento extra que el llevaba consigo, en el ignoto camino de su vida y resuelta a solucionarlo, le vino a la cabeza los pares de zapatillas que su hijo tenía guardados sin usar, un grandote que el número que calza por lo que habia visto, le vendría bien al hombre de la calle ¡Ya esta! Se decidió por eso y miró el reloj, las cinco de la tarde y el lugar, la Avenida Cabildo entre Mendoza y Olazábal, por aquí pasará todos los días pensó, es su camino, su rutina, mañana entonces vendría con las zapatillas y lo esperaría pasar, siguió caminando un rato más por la avenida y volvió a su casa. Al otro día esperó con ansiedad que se hagan las cuatro de la tarde y en una bolsita, puso las zapatillas de su hijo y presurosa temiendo perder la presencia del vagabundo, fue a caminar por la Avenida Cabildo, camino, dio vueltas de Monroe a Juramento y de Juramento a Monroe y nada, el vagabundo brillaba por su ausencia, viendo que ya era mas de la seis de la tarde y estaba cansada y seguro no lo encontraría, se acercó a un puesto de diarios y trató de averiguar algo.
--Mire señor -preguntó al diariero- los otros días vi  caminar por aquí a un mendigo muy mal vestido y quería darle algo de ropa ¿Hoy no lo vio pasar?
--¿Es un joven alto y flaco que va descalzo?
--Si ese.
--Si señora hoy pasó, pero más temprano, es cuestión de suerte encontrarlo, nunca pasa a la misma hora, más que de suerte es tener paciencia.
--Si claro, gracias.
--No hay porque señora.
Los días fueron pasando y ella llevando las zapatillas de su hijo, en la bolsa que su mano apretaba con temor a perderlas y el vagabundo, el motivo de sus preocupaciones no aparecía, hasta que una tarde comienzo del final de su obra de caridad, de su deseo de hacer el bien lo vio, venia hacia donde ella estaba desde Olazábal, con rumbo a Mendoza, caminando raudo y ausente como siempre, como siempre descalzo y lastimados sus pies sin importarle nada, no esperó más y dándose cuenta que esta, era la única oportunidad que tenía de llevar a buen termino lo que se habia propuesto, decidió encararlo y allí nomás se le cruzó en la vereda, obligándole a que se pare y le preste atención, los ojos del joven dejaron de mirar hacia lo lejos y por un momento se encontraron con los de ella, aprovechando esta circunstancia, ella se decidió a hablar.
--Perdón, la verdad que me apena verte caminar descalzo, lastimarte los pies, entonces pensé en que mi hijo tiene muchas zapatillas y te traje un par, para que lo uses y puedas caminar calzado y no te lastimes tanto.
A medida que hablaba le dio la bolsa con las zapatillas dentro, el la tomo y abriéndola saco las zapatillas y con el par en sus manos, las estudió por unos minutos que a ella le parecieron siglos, después volviéndose y a medida que introducía las zapatillas en la bolsa le dijo, mirándola a los ojos y con una vos indiferente
--Estas zapatillas no me gustan, no son de la marca de mi agrado, yo prefiero las de la competencia ¡Tómelas! No las quiero –y al mismo tiempo que esto decía se las devolvió-
Ella parada en medio de la vereda pasó de la compasión a la indignación.
--¡Pero infeliz! ¡Preferís caminar descalzo y lastimarte los pies! Antes de ponerte unas zapatillas que no son de la marca que quisieras usar ¡Estas loco!
El la miró con la mirada de siempre, fría y distante y antes de comenzar su marcha compulsiva, propia de su personalidad, le respondió mientras se alejaba y perdía entre la gente.
--Usted no entiende, es una cuestión de estilo.
Ella sola y asombrada con la bolsa en la mano, no pudiendo evitar los empujones de la gente que apurada quería llegar a cualquier lado, lentamente busco el camino que la llevaría a su casa.