Apretó seleccionar en el Smartphone y la imagen quedó retenida en la
pantalla del celular, una foto más rápida y sin laboratorio, ni película, ni
droga alguna que la revele y es más, si no le gustaba como había salido, sacaba
otra y listo y así sucesivamente o sea, la imagen al alcance de la mano de
cualquiera, algo impensado unos años atrás, cuando tenía su antigua Polaroid
Réflex o después, con las cámaras digitales. Ahora con el iPhone todos podían
sacar una foto y subirla a cualquier plataforma, por primera vez, se dio cuenta
que estaba perdido, ya ninguno se fijaría en él como un fotógrafo de planta,
como un profesional del medio, sino más bien como alguien que se tenía que ir,
porque la tecnología lo había superado y ya a nadie le interesaba tener
full-time, a un tipo con una cámara digital y el era ese tipo. Nuevamente metió
la mano en el bolsillo del pantalón y saco el telegrama de despido, ese que le
habían mandado del diario por la mañana, lo volvió a leer “Por reorganización
de planta de fotograbado le comunicamos a usted que queda despedido, bla, bla,
bla” Así de simple y tan luego a él que con su Polaroid, le diera al diario
hermosas instantáneas de los hechos ocurridos, de las tragedias, de las
noticias policiales y hoy los hechos, casi eran registrados por los
protagonistas de los mismos. Se sintió viejo aunque no lo era, se vio vencido
aunque no lo estaba y de pronto, se le ocurrió una idea, con su iPhone
recorrería la ciudad y como un anónimo más, le mandaría al diario, fotos de las
circunstancias que pudiera presenciar, esa al final de cuentas, sería su
venganza.
miércoles, 15 de enero de 2014
viernes, 10 de enero de 2014
DE LA TORRE A LA ARENA
En su atalaya, indolente el príncipe observaba desde las altas torres
del palacio al desierto, que a sus pies se extendía como una sábana que todo lo
cubría, hasta que su vista se perdía en el horizonte, era un mar, un mar de
arena, aquí y allá manchas oscuras salpicaban el amarillo fuego de la arena,
eran los oasis, que permitían atravesar la sábana blanca sin morir en el
intento, una que otra caravana de mercaderes turcos, zigzagueaban entre dunas
que marcaban senderos movidos por el viento. Aquí y allá en el atalaya y en la
arena, el sol, como astro omnipotente, marcaba los últimos instantes de ese día
con su inclinación hacia poniente. Todavía faltaban algunos vuelos más del ave
del desierto y luego, las sombras caerían sobre él y con la noche, vendría el
frio y los animales depredadores merodearían cerca de los oasis y de las
caravanas, en búsqueda de comida. Así era siempre y siempre así sería por
capricho de los dioses, la vida en el desierto de Fraku-Medith salvo el palacio
y el atalaya, que tenía sus propias reglas y Magos Hechiceros, que intervenían
en ellas, todo lo demás desierto y oasis era administrado por los dioses del
reino. Tan solo eso, la vida y la muerte eran producto del destino, de un día
de sol o de una noche fría, del ataque de un animal salvaje o el de bandidos
organizados para robar y mezclado con todo estaban los parias, los llamados
nayalas o hombres del desierto, que poblaban oasis, caminos y caravanas, por un
poco de comida y un lugar en el reino aunque este no sea otro, que el de los
oasis del desierto y los pabellones de espera, cuando la caravana hacía un alto
en un pueblo o en algún palacio importante, con el fin de negociar y vender lo
que traían de sus largos viajes. Ese atardecer, al palacio del atalaya donde el
príncipe estaba, hizo su entrada una caravana que venía de muy lejos, con cosas
hermosas y desconocidas en sus alforjas y al anochecer hubo un gran revuelo, se
improviso un mercado y todos los habitantes del palacio, fueron a ver las raras
mercaderías, los hechizos y las hierbas para conjuros que venían tal vez de
Persia, o quizás de más lejos aún, con el fin de proveer a los Magos del
Imperio y ofrendar nuevos tributos a los dioses, en tanto a los mortales, les
ofrecían los collares y las perlas, junto a las telas más exóticas, las
alfombras más compactas, los licores traslúcidos y los vinos fuertes y el
príncipe en el atalaya, rodeado de estrellas y de un cielo más infinito que el
mismísimo desierto, miraba a lo lejos y detuvo sus ojos allá abajo, en la
caravana, vendiendo todo lo que había traído de lejanos reinos y se le ocurrió
bajar e ir a su encuentro. Escalón por escalón lo hizo, fue como si volviera el
tiempo atrás, después de horas de caminar al fin llegó a la base de la torre,
cruzó la puerta majestuosa, fue saludado por la guardia, rechazó el carro
ungido que lo llevaría a palacio y sacándose sus atributos terrenales como un
hombre más, se internó en el mercado y se mezcló con la gente. Ya casi toda la
mercadería había sido vendida y los nayales, se disponían a partir, en eso
estaban mientras preparaban sus bultos y acomodaban los camellos y desarmaban
sus tiendas. Fue alguien de todos ellos, que confundió al príncipe como uno de
los suyos y le pidió ayuda, para cargar la mercadería no vendida sobre el lomo
de los nerviosos animales, que impacientes esperaban ellos también partir. El
príncipe, accedió de buen grado a lo pedido y sus manos se cruzaron sobre los
bultos que iban levantando y acomodando en el lomo de las bestias. Un rato
después todo ya estaba ordenado y la caravana lista, para internarse nuevamente
en la arena y el silencio, fue en ese momento en que los ojos del príncipe, se
encontraron con los ojos del hombre del desierto y asombrado se dio cuenta, que
a quien había ayudado no era un hombre, ya que una mirada de mujer lo estudiaba
con atención mientras le preguntaba con curiosidad.
--¿Quién sos? ¿De donde venís o en dónde estabas, que ahora que te veo
bien, nunca te vi en nuestra caravana?
--Para saber de mí -le contesto el príncipe- debiste haberme mirado
alguna vez y nunca los has hecho, tus ojos no han querido verme y es por eso,
que no me conoces.
--Mis ojos miran lo que alrededor de ellos existe y vos nunca has
estado.
--Puede ser, el desierto es inmenso y sus lugares infinitos, pero por lo
que ves hoy al fin nos hemos encontrado.
--Al menos dime a que caravana perteneces.
--A todas o a ninguna, me gusta la libertad de quedarme o irme, según
sea el camino que cada cual recorra.
--Y hoy nayala misterioso ¿Qué camino eliges?
--Aquel por el que vayan tus camellos siempre y cuando el dueño así lo
quiera.
--El dueño es mi padre y si se lo pido yo aceptara.
--Entonces en marcha, vamos a verlo y que sea él quien determine mi
destino.
El príncipe y la nayala se alejaron juntos, hacia una tienda que también
estaba siendo desarmada, allí un anciano de profusa barba y mirada penetrante,
que aparentaba ser el jefe de todos aquellos que trabajaban,
dirigía las operaciones. Hacia él se encaminó la joven junto con el
príncipe y una vez cerca le hablo de esta manera.
--Venerable padre, este joven me ha ayudado a empacar mis bultos y en
recompensa, me pide integrar nuestra caravana, ya que no tiene ninguna
permanente que lo acoja.
--¿Cómo te llamas hijo?
--Mi nombre es Josué.
--¿De dónde vienes Josué?
--De la margen opuesta del desierto en donde estamos, allá donde las
montañas son más altas y las noches más frías y los ascetas, esclavos de los
dioses pululan en las cuevas de su ermitaña vida, vengo del fuego y de la nieve,
donde los extremos se tocan para fundirse en largas lenguas de agua, soy un
nayala que camina en busca de su destino, lo que decidas será causa de él.
--Esta bien muchacho, veo que la fuerza de tus brazos se trasmite a tu
cabeza y a tu corazón, de seguro nos serás útil en los problemas que se nos
vayan presentando, te acepto en la caravana, serás uno más de los nuestros,
Yamila, ubícalo en ella y dale un lugar en la tienda que será su morada, dentro
de muy poco partimos.
--Gracias padre, vení conmigo Josué.
Ambos Yamila y Josué se alejaron en dirección al grueso de la caravana,
que ya estaba dispuesta a partir.
--Te ubicaré en la tercer tienda después de la de mi padre y serás el
séptimo en ella, tu tarea pasará a ser la de formar parte del consejo, que se
reúne para decidir sobre lo que vamos haciendo en nuestros largos viajes y que
es, lo que más nos conviene de ellos.
--¿Por qué tanta consideración?
--Simplemente, porque tú persona hace a nuestra consideración y tanto mi
padre como yo, vemos en vos a un joven al que apreciamos y tendremos en cuenta,
en el momento de resolver nuestros problemas.
Josué aceptó lo dicho por Yamila y la siguió rumbo a lo que sería su
morada de ahora en más, mientras esto hacía, se quedo pensando en todo lo que
dejaba atrás, la corte, el reino, su poder de príncipe pero desde el atalaya,
había visto la inmensidad del desierto, como ningún nayala lo pudo haber visto
jamás y hoy se le presentaba la oportunidad, no ya de gozarlo con los ojos sino
de recorrerlo con los pies y estar presente, en cada curva del camino, en cada
oasis y ser parte de él, como la solitaria duna en medio del sendero. Llegaron
a la carpa que de hoy en mas sería la suya y Yamila lo presento a Omar, el
responsable de la misma.
--Omar este joven que viene conmigo se llama Josué y a partir de ahora,
estará a tus órdenes y formará parte de tu grupo.
--Bienvenido hermano lo nuestro te pertenece y lo tuyo lo compartimos,
somos nayalas y nuestra mayor fortuna es ser parte de la comunidad, el hombre
solo perece en el desierto, la caravana le brinda apoyo y protección, no lo
olvides.
--No lo olvidaré y de buen grado estaré con ustedes.
--Entonces no hay más que hablar preparemos nuestras cosas para partir.
Yamila dejo a Josué y se volvió con su padre. Caía la noche en el
desierto y la caravana partió, bultos de color tiza se movían entre las dunas y
las bestias de carga, transportaban entre médanos y arena, la vida de esos
hombres. Al mediodía del otro día no encontrando ningún oasis en su marcha,
decidieron acampar sobre la sombra que proyectaban unos altos montes, a poca
distancia del borde del camino. Una vez allí, armaron sus carpas y esperaron
que el sol vaya huyendo de la arena, para continuar en ella la interrumpida
marcha. Josué caminaba entre las carpas sin sus atributos de príncipe y solo
con su ropaje de nayala, pero poco le importaba eso, quizás nada, lo que en
cambio si le interesaba y mucho era encontrarse con Yamila y su caminata no
tenía otro fin que ese, pronto noto la carpa principal, la del jefe, donde
seguro estaría Yamila ¿Pero a título de que acercarse a ella? ¿Cuál sería el
pretexto, la excusa que le permita hacerlo? En eso estaba pensando cuando de
pronto vio que de la carpa, salía una mujer y se encaminaba en línea recta
hacía donde él estaba y esa mujer, no cabía dudas era Yamila. Se sentó en la
arena a esperarla y no lo tuvo que hacer por mucho tiempo, apenas un instante y
ella se paraba frente a él, tapándole el sol, cosa inapropiada si fuera
príncipe pero como ahora era nayala nada le importo, tan solo le intereso verla
nuevamente y tenerla frente suyo y tal fue así, que por un momento largo nada
se dijeron, sino solo se miraron hasta que Josué hablo.
--Por gracia de los dioses estas vos frente mío, ya que yo quería verte
y no encontraba la situación para hacerlo hasta que de pronto, imprevistamente
saliste de tu tienda y aquí te tengo.
--Imprevistamente no, estaba esperando que llegaras quería verte y para
verte, veía la arena porque presentía que tarde o temprano por ella ibas a
aparecer y cómo ves no me equivocaba, apareciste y ahora estamos juntos como
ambos queríamos -y al decir esto se sentó a su lado-
--Yo habitaba una alta torre y el desierto me fascinaba pero tan alta
era la torre, que de él solo veía la arena que lo formaba y manchas oscuras de
las caravanas que por él pasaban, nunca vi tus ojos, tus hermosos ojos, ni a
vos ni a la gente que en compactos grupos, lo atraviesan día y noche sobre su
calor insoportable.
--Eso fue hasta que llegamos nosotros a palacio y despertamos tu
curiosidad y quisiste saber quiénes y como éramos.
--Tal cual.
--Y entonces si bajaste de la torre y estás conmigo ahora, me has
mentido, no eres nayala ¿Quién eres entonces Josué, si es que así te llamas?
--Que importa quién soy, si mi nombre es Josué, Jarami, David o Exzel,
lo único cierto e importante es que estamos juntos, que las tormentas de arena
tapen mi pasado y que solo nuestro presente, se salve de la tempestad dulce
Yamila.
--Si no sabré quien eres al menos dime qué quieres.
--Vos lo adivinas, vos lo sabes, vos sientes lo que quiero, regresar
contigo a la tienda de tu padre y decirle que quiero que seas mi esposa, en la
senda de la arena mi pie sobre tu pie, más arriba en el aire cálido que circula
como rio invisible, mi mano sobre tu mano y mientras caminamos, mis labios y
tus labios que se juntan y separan, como a lo lejos el infinito une al cielo
con la tierra ¿Podrá ser posible ello? ¿Serás capaz de acceder a lo que te
pido? ¿Quieres que seamos el uno del otro, una vara plantada en el desierto?
--Quiero todo eso ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo presentarme ante mi padre y
decirle? Josué me quiere su esposa, acá viene conmigo a pedir tu consentimiento
¡Apenas te conoce Josué!
--Si es hábil mercader -que así lo creo- sabrá mi paño, por mucho tiempo
no se conoce tanto y solo por un instante a veces sin saberlo, mucho se sabe,
tene fe Yamila, cree e mí, tu padre aceptará nuestra propuesta porque es un
hombre sabio.
--¡Bésame Josué! Quiero sentir
que eres mío antes de ver a mi padre.
Prolongado fue el beso, uno, dos, muchos fueron para después dirigirse
hacia la tienda donde el padre repartía autoridad entre consejos, retos y
apretones de mano con su gente. Los vio entrar a Yamila y Josué juntos y al ver
sus ojos noto en ellos el brillo del amor y sin que le digan nada ya sabía
todo, pero prefirió escuchar a ver que le decían y fue Josué quien hablo
primero.
--Padre de Yamila, jefe de la caravana, vengo a hablarte porque el
destino quiso que Yamila y yo nos enamoráramos y el destino quiere, que te pida
me la des como compañera no sé si para siempre pero tal vez para toda la vida.
--Josué, sin conocerte te conozco, como la mercadería que vienen a
ofrecerme sin haberla visto, pues la misma esta en tierras muy lejanas y tal
vez tu hombría de bien está más cerca, quizás en la alta torre que vi los otros
días en palacio, o tal vez lo más seguro en todo lo que has vivido antes de
tenerte frente mío, es por todo ello que te digo, te concedo a Yamila por
esposa, pero con una condición así lo impongo.
--¿Cuál es la condición Padre?
--La condición es esta, si tomas a Yamila por esposa, tomas en tus manos
el presente y deberás abjurar de tu pasado, el desierto será tu reino, el oasis
tu mayor tesoro y la arena la senda que te llevará por la vida de ahora en más
¿Aceptas Josué?
--Acepto Padre.
--Entonces te nombro nayala de ahora y para siempre y te doy para que te
acompañe en el árido desierto a mi hija Yamila ¡Así sea!
--¡Así sea! –Contestaron a su vez Yamila y Josué unidos en un fuerte
abrazo.
jueves, 2 de enero de 2014
CON LA CARTERA EN LA MANO
Cruzó el cuarto desorientado y por el amplio ventanal miró a la calle.
Ya era pleno día y a través del vidrio se movían las familiares postales de su
barrio, se había quedado dormido eso era todo, pero ese todo implicaba haberse
perdido una reunión sumamente importante en el trabajo y despertarse con ella,
que aún dormía despatarrada en su cama. ¿Cómo se había dado el lujo de esa
irresponsabilidad? No lo sabía ¡Ni idea! Pero de lo que estaba seguro de que se
había metido en un quilombo, la reunión perdida -demasiado importante- y ella,
que apenas si la conocía, para ser más exacto no sabía quién era, pero había
tenido la habilidad de retenerlo en la cama mucho más de lo previsto y ahora,
estaba pagando las consecuencias. Fue al baño y se higienizo, luego a la cocina
donde preparó dos cafés, unas tostadas con dulce y manteca para después, encaminarse
con todo ello al dormitorio a despertarla y desayunar juntos. Cuál sería su
sorpresa, cuando la encontró vestida y a punto de salir con la cartera en la
mano. ¿Por qué te agarró tanto apuro? -le pregunto- ¿No vas a desayunar
conmigo? No me voy -le dijo- he perdido una reunión importante y apenas si te
conozco. Dicho lo cual atravesó el living, abrió la puerta de calle que tenía
las llaves puestas y desapareció.
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