El trineo se deslizaba por la nieve y el sultán de marruecos, bebía
sobre la arena del desierto un refresco en copa de marfil, los perros aullaban
y el viento, agitaba levemente la bebida en el vaso, mientras los labios de su
alteza degustaban de ella y las feroces bestias, con sus patas se aferraban al
hielo del camino, levanto el monarca sus ojos y le dijo a la mujer que tenía al
lado, luces tan dulce como el licor que bebo y en toda esta inmensidad, no
existe una mujer más bella que vos. De pronto estalló el látigo, exigiéndole
más y más a la manada, el conductor del trineo tenía miedo y apuraba a sus
canes, la tormenta de viento y nieve le estaba haciendo imposible continuar,
debía detenerse en algún lugar. Alteza me halagas con tus palabras pero más
bello que yo es el oasis, que da refugio a las caravanas y el cielo, por las
noches tachonado de estrellas, la jauría de improviso detuvo su marcha,
exhaustos por el esfuerzo los perros se negaban a seguir, pese al látigo y los
gritos del hombre, ya ellos eran parte de la tormenta y la tormenta era parte
de todo y porque no también del desierto, del oasis, del monarca y de la mujer
hermosa y cuando menos se lo esperaba, el hombre del trineo voló por los aires
y apareció en el desierto, entre el monarca y la bella mujer que lo acompañaba,
gritando como un loco y acompañado de sus perros.
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