Del tarot somos dos cartas, dos juegos de la vida y de la muerte, dos
causas del destino y de la suerte, a las cuales unidos por la vida nos
hallamos. En el tarot dentro del mazo, cuando nadie requiere de nosotros y
nuestra propia identidad toma presencia, recorremos los lugares de las distintas posiciones en el tablero,
espacios del azar que es nuestro juego. Es ahí en ese camino de magia y esperanza,
de las veintidós respuestas que entregamos al misterio, cuando surge y aparece
el método del encuentro. Atrás quedo el mago que me representa y la sacerdotisa
que te simboliza, solo los dos, tu y yo, el destino y la suerte, lo binario,
las figuras que dejan el soporte de papel que las protege y toman formas de lo
humano, que en si siempre están presentes. Entonces nos corporizamos ¡Cuerpos
decimos! ¡Movimientos propios! ¡Ansias del deseo! ¡Jubilo del encuentro! Ya
seres racionales ungidos por la fuerza del conjuro, beneficiados con el don de
lo imposible ¡Nos vemos Juntos! Nos sentimos más allá que la figura, el verbo
del ser nosotros mismos somos y es entonces, cuando en el silencio de la noche,
entre los anaqueles de la biblioteca que nos guarda, ¡Nos amamos!
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