viernes, 2 de noviembre de 2012

DOS BREVES




Corría el año de mil ochocientos sesenta y tres, en la cubierta de un parao por un error inadmisible, Yañez hirió a Sandokan con su larga cimitarra, no solo eso peor aún, confundido lo arrojó al mar. Por esas cosas del destino, Salgari que estaba pescando en la costa del mar frente a Borneo, lo enganchó en su línea y lo saco a la superficie, asombrado y viendo de quien se trataba llamó a su mujer Ida Peruzzi, entre ambos lo pudieron revivir y les sirvió para su próximo libro. Yañez cuando se entero ya en las páginas de esa nueva novela, de que Sandokan seguía en acción, sintió un profundo alivio y le pidió disculpas, aduciendo que un error lo puede tener cualquiera, pero que un escritor como Salgari era imposible que se equivoque así.

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Le dijeron que en esa casa iba a estar ella, la mujer que hacía tiempo lo dejó y a la cual nunca pudo olvidar y siempre buscó después que lo dejara. Esa tarde, por fin volvería a verla, su largo sufrimiento había llegado a su fin, le pediría que vuelva, le diría que la quiere, que no la puede olvidar, que es y ha sido la mujer de su vida. Ya llegando a su destino frente a esa puerta, frente a la casa donde le dijeron que ella vivía, pensó una vez más en todo lo que iba a decirle cuando la volviese a ver mientras su mano, busco el timbre para llamar y su dedo, se ubico junto al botón para oprimirlo, seguro que el sonido del mismo la traería a su lado, fue entonces en ese momento tan cercano en donde por fin lo padecido quedaría atrás, en que se dio cuenta que todo sería en vano, -ninguna puerta abre al pasado- experimento un imprevisto alivio, como si una resignación consensuada con el recuerdo de ella lo invadiera lentamente, con esa sensación bajó el brazo del botón del timbre y dando media vuelta se alejo.

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