La casa era una de las últimas del pueblo y la más cercana a la ruta,
que atravesaba el país paralela al Océano Pacífico. Como casi todas las del
lugar, estaba construida de madera con techo a dos aguas de chapa, tenía en uno
de sus costados la bomba de agua y un poco más lejos, un horno de barro. Al
fondo, una huerta y una hilera de alambre de púa, que marcaba su ubicación en
este mundo. Después la llanura, salpicada de lejanos cerros que se veían allá,
donde se suponía existía la cordillera, el vecino más cerca, como a seiscientos
metros, una destartalada moto servía para comunicarse con el pueblo, por la
chimenea escapaba un humo gris que apenas se mezclaba con el aire y fuera de
eso, solo quedaba por narrar, el silencio que se comía el habla de la gente.
Dentro de la vivienda, una cocina a leña mantenía cálido el ambiente y dos
mujeres jóvenes, sentadas a la mesa, charlaban entre sí mientras desayunaban
esa mañana, como otras tantas e iguales lo habían hecho. Afuera sobre el camino
de tierra que unía el frente de la casa con la ruta, huellas de autos que iban
y venían muchas veces, como visitantes habrían recibido. Tan alejadas del
pueblo y tan cerca de la gente, esas dos jóvenes, que por la mañana hablaban entre ellas, quizás estaban contando sobre el
significado de tantas huellas o acaso, hablando de ser jóvenes y porque no bellas, lo cierto
que prestando atención, tan solo por el silencio existente en la región, se podría
uno enterar de lo que decían.
--Estoy cansada Beatriz de los hombres y su dinero de ser puta y de no
serlo.
--¿Y qué vamos a hacer después de tantos años que llevamos en esto? Mi
querida Ana ¿Cuando llegue el momento de pagar nuestras cuentas, en la
carnicería, en la farmacia y en la tienda de ramos generales?
--Cuando llegue el momento ¡Ese es el problema! Esa es la puerta de la
prisión cerrada que nos impide ser libres, seguir nuestros sueños.
--Así es Ana, ¿Recordas hace tiempo aquí en este mismo pueblo, cuando éramos
niñas y nos contábamos los sueños, de lo que haríamos cuando seriamos grandes?
--Si me acuerdo.
--Entonces todo era bello, ingenuas ambas imaginábamos que de solo
soñarlas, sucederían las cosas.
--Pero Beatriz si vuelves para atrás en tu memoria y prestas atención, verás
que algunas sucedieron, soñaste con el amor de Pablo y se te dio.
--Es verdad Ana pero me pregunto ¿Dónde estará Pablo ahora? ¿Qué fue de
él, de nuestro amor? Todo terminó un día, se fue del pueblo y nunca más volvió.
--A mí como sabes me sucedió algo parecido con Esteban, llegó aquí
detrás de un emprendimiento comercial, nos conocimos, todo iba bien entre
nosotros, hasta que un día su comercio empezó a no tener el éxito que él
esperaba, entonces sorpresivamente un día se fue, diciendo que volvería a
buscarme y nunca más volvió.
--¿Y las cosas que queríamos ser Ana?
¿Te acordas? Yo te volvía loca con que quería ser bailarina, vedet,
cantante o ama de casa de un rico comerciante.
--Me acuerdo si y yo te contestaba, que lo mío pasaba por el arte,
deseaba ser pintora, apresar en una tela con mis propios colores, los colores
que en el nacimiento de las cosas la naturaleza les daba, pero todo fue en
vano, tus sueños y los míos fueron muertos por nuestras propias manos.
¡Nosotros los matamos!
--Y si matamos los sueños en el pasado, el presente que nunca fue
soñado, es el único camino que nos queda.
--El único Beatriz y vos lo sabes.
Se levantaron y fueron hacía la puerta saliendo al frente de la casa, a
tomar aire y ver el día, que sería uno más allí en su lugar, también vieron
marcadas en la senda de tierra que conectaba la ruta con la casa, a las huellas
de las ruedas de los autos, que como cuerdas invisibles les anunciaban, que las
atarían a su destino por mucho tiempo más, hasta que la casualidad un día, no
se cruce con algunos de sus sueños y los haga realidad.
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