Dejo la casa y se hundió en la noche del barrio, rumbo a ese lugar donde
pensaba encontrar lo que hacía mucho pero mucho tiempo, deseaba poseer. Las
nubes empujadas por el viento, fueron testigos de su lento paso por las calles
desiertas y frías, apenas habitadas por gatos y murciélagos, que hacían sus
viajes sin destino, rumbo a guaridas desconocidas para él, mientras tanto, la
luna oculta no hacía ver su luz y la oscuridad todo lo envolvía, se sabía cerca
del cementerio, pero ahí dentro del barrio no podía darse cuenta de cuánto
faltaba para llegar a él, si al menos pasara un tren a esa hora, seguro podía
ubicarse mejor, ya que las vías del mismo corrían paralelas a los muros de
aquel. Presto atención por donde caminaba, en la villa , las calles eran pasadizos
sin retorno y la soledad, un instante propicio para la muerte, de manera
instintiva llevó la mano a la cintura, buscó el mango del cuchillo y al
tocarlo, se sintió más seguro decidió apurar el paso, hacia frio y ya nada
tenía que hacer en ese lugar, solo irse y si se le daba la suerte, desaparecer
por un tiempo hasta que todo se olvide, hasta que nadie se acuerde de él, no es
fácil pensó, atravesar los ranchos a estas horas no siendo habitante del lugar,
pero más difícil había sido lo que hizo esa noche y por sobre todo, haber
estado allí, allí en ese rancho por primera y única vez en su vida, así pensaba
cuando de pronto la noche y su alma y todas las miserias del lugar, fueron
sobresaltadas por una sirena de tren, que se perdía rápida hacia el norte, el
cementerio esta cerca –se dijo- y sin más, apuró la marcha, cruzo dos pasillos,
dejó detrás suyo un laberinto de casas en zigzag y poco después, dio con la
salida que daba sobre la Avenida Forest, a su frente , las luces del colegio
Industrial, a su derecha la Avenida Corrientes doblando nomas, solo le quedaba
por caminar una cuadra y dejando atrás la estación Del Urquiza estaría en el
cementerio. Una vez en las afueras del mismo, lo que debía hacer era seguir el
largo muro en dirección al cementerio de los griegos, ese y no otro era su
objetivo esa noche, mejor dicho uno de los objetivos de esa noche, el otro la
villa que dejara hacia un momento y ambos dos, los estaba llevando a cabo y por
suerte, hasta ahora sin problemas para él, los demás sí que tuvieron y tendrán
problemas, pero él hasta el momento no, iba zafando de imprevistos de último
momento y eso le daba mayor tranquilidad. Sin darse cuenta casi ya caminaba
pegado al muro del cementerio, entre la oscuridad y la vereda gris que no
reflejaba la luz de la avenida, no había gente caminando, ni colectivos, ni
patrulleros, tan solo la miseria ocupaba las calles y sus manchas de personas
dormidas en el suelo, cubiertas de cartones, era el reinado de ella en todo su
esplendor. Siguió como una sombra más entre las sombras, andando despacio y
buscando de llegar hacia donde iba, sin sufrir contratiempo alguno, porque si
alguien se le cruzaba solo su puñal respondería. Un colectivo semivacío y
bamboleante paso frente a sus ojos y sobre las vías, un tren huía de chacarita
hacia la provincia tan vacio, que solo estaba lleno de silencio y soledad. Se
detuvo un segundo para memorizar lo que le había dicho el polaco en la villa.
--Cuando en el muro encuentres un nicho entre dos pilares, metete en ese
hueco, estando dentro de el, nadie te vera desde la calle y así podrás escalar
el muro y entrar al cementerio.
Después el polaco no dijo nada más y el revolviendo su rancho, encontró
el cuaderno de tapas verdes y dentro el plano y dentro, las indicaciones de
cómo llegar a conseguir, lo que él quería desde hacía mucho tiempo encontrar.
Cruzó dos portones de entrada de vehículos y poco antes de llegar a la reja,
que le servía de entrada al cementerio de los griegos, se topo con el nicho que
le dijera el polaco, rápidamente desapareció en el hueco y para su sorpresa al
tantear con las manos para ver como escalar el muro, se encontró con pedazos de
hierro, que salían del mismo cada tanto, a medida que se perdían hacia lo alto.
Se tomó
de ellos y comenzó a subir, un rato después, encaramado en lo alto de la
pared, vio las sombras de las tumbas desparramadas en el suelo y las siluetas
de las bóvedas, que como casas de los dioses, albergaban seres sin retorno. Se
aferró al borde del muro y se dejó caer, una vez que estaba con el largo de su
cuerpo pegado a la pared, se soltó de la misma, cayó sobre un cantero que
amortiguo el golpe y rodando, terminó sobre la tumba reciente de un nuevo
inquilino, de ese último hotel adonde todos debemos ir un día. Se paró de golpe
y sacudió sus ropas, sacándose restos de tierra y pasto de las mismas, erguido
se mantuvo en silencio un largo rato, observando que había en los alrededores,
poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la semipenumbra del lugar y cada
vez, le resultaba menos dificultoso ver el sitio en donde se encontraba. .
Recapacito un poco lo que había leído en el cuaderno de tapas verdes. La última
manzana de bóvedas que da frente a la salida, es la número uno, hacia el
interior del cementerio las sucesivas
manzanas serán la dos, la tres, hasta llegar a la siete, una vez en ella, en la
séptima manzana se elige la bóveda tercera que está en ella, empezando del
comienzo de la misma y yendo hacia su lado izquierdo, ya en la puerta de esta
bóveda, se abre con la llave que está
pegada a las hojas del cuaderno verde, una vez dentro, se baja por la escalera
del lado derecho y ya en el sótano, se verá que hay dos ataúdes uno, el más
antiguo de madera oscura y con un círculo de hierro en la tapa, es el que nos
interesa. Este círculo de hierro está apoyado en un chapón de acero, el chapón está
sujeto a la madera con seis tornillos, si retiramos estos, encontraremos entre
el metal y la madera un sobre, allí dentro esta, lo que muchos han buscado en
todos estos años y nadie encontró, la clave necesaria….No quiso recordar más,
el resto lo sabía de memoria, se encamino rápido y en silencio hacia la séptima
manzana, una vez allí, busco la tercera bóveda y solo cuando estuvo frente a
ella, arrancó la llave del cuaderno verde y la introdujo en la cerradura de la
puerta, suspiro hondo y giro la misma, fue en ese preciso momento y no en otro,
que se escucho una terrible explosión y la tercera bóveda de la séptima
manzana, voló hecha pedazos. Horas después, la policía emitió un comunicado
diciendo que no se sabían todavía las causas de lo que paso, pero se estaba
investigando, tampoco se sabía quién era la persona a la que se encontró muerta
en el lugar, entre otros detalles del caso, también se difundió que fue hallado
en medio de la calle, un cuaderno de tapas verdes, pero dentro del mismo, solo
estaba escrito un cuento que hablaba de fortunas misteriosas, ocultas en bancos
y de cuentas y claves para llegar a ellas, que jamás se podrán conseguir por
mortal alguno, que se propusiera tratar de lograrlo.
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