viernes, 15 de julio de 2011

CLEMENTINA, LA PRIMERA COMPUTADORA


                       CLEMENTINA, LA PRIMERA COMPUTADORA

Se despertó sobresaltado, como si no supiese donde estaba, pero sí, sabía muy bien del lugar donde se encontraba, era su estudio, el sitio donde en la vejez, venia a disfrutar de solo lo que le gustaba hacer, ninguna tarea por obligación, ningún calculo que respondiera a proyecto alguno, salvo el de gozar el problema que estaba resolviendo, por el solo hecho de proponérselo y nada más, pero lo venció el cansancio, la tarde estival y se quedó dormido, casi sobre el teclado de su notebook, con la pantalla abierta en un mar de gráficos y números, pero bueno, así era la vejez, su vejez, a veces el cansancio podía más que uno y las ganas de hacer, se veían limitadas por un imprevisto sueño, sacudió la cabeza y aspiro profundo, noto que afuera iba anocheciendo y una leve brisa, llegaba a través de la ventana abierta, desacomodando hojas y acomodando espíritus, el suyo por ejemplo, dejó de pensar y dirigió su vista  nuevamente al teclado, con su dedo acarició el rectángulo, que hacia las veces de maus y de la pantalla, escaparon el algebra y las matemáticas, los cálculos de algún polígono funicular, que hubiera sostenido un hipotético puente a construirse y apareció el logo de Google, allí escribió, “Primera computadora en la Argentina” y apretó enter, ante sus ojos y en la pantalla estaba ella, Clementina, con su interminable fila de armarios, que contenían sus cinco mil válvulas de vidrio, sus mesas, su lector fotográfico de cinta perforada, su inmensidad hoy incomprensible, todo estaba allí, delante de sus ojos y la veía, con la misma intensidad que miraría la foto, de una mujer que hubiera sido suya, hace mucho, tanto, como cuando se es joven y se ama, con todas las fuerzas del corazón y él, un simple mortal, había gozado de Clementina más de una vez y quizás como nadie, pudo valerse de ella para dejar en su memoria, los instantes más bellos de su vida, aquellos en los que consiguió llevar a la practica, lo que se propuso desde el razonamiento intelectual, cosa rara pensó, esa noche, esa noche en su estudio, noche de verano con brisa del sur, en donde de improviso se quedara dormido, se dio cuenta que algo pasó, que debió haberlo sorprendido, un sueño de su imaginación, porque de pronto, nuevamente como siempre, valoro a Clementina y quiso verla más allá de sus recuerdos y la buscó en Internet y observó un segundo, la pantalla fría, detenida en una imagen, la imagen de ella y se dio cuenta, quizás siempre lo supo, sin querer aceptarlo, que todo lo que era fue y había sido, se lo debía a Clementina, a esa inmensa mole electrónica de los años sesenta, a la cual tuvo la suerte de procesar, con otros muchos, en el tiempo lejano de los primeros cimientos de la ciudad universitaria y decía bien, procesar con otros muchos, porque Clementina, no era mujer de un solo hombre, no, necesitaba de muchos, para entregarles a todos por igual, los misterios del cálculo preciso, en tiempo record, apenas superado por el elemental 1 + 1 = 2. Miró su notebook tan pequeña, tan individual, tan suya, que por un momento, tuvo el arrebato de asignarle el mote de monogámica, mientras por el contrario, pensó que Clementina, como le correspondía, era más tribal, formaba parte del conjunto y todos ellos, jóvenes investigadores venían a beber de sus fuentes, en búsqueda de la resolución fácil y rápida, de los problemas difíciles que le llevaban,  era otra época, otra cultura, para simplificar, las computadoras eran muy, muy grandes y su cantidad muy, muy pequeña. Si, se recordaba joven de veinte años en la facultad de ingeniería, siendo enviado para especializarse en programación, análisis y mantenimiento de Clementina, a la universidad de Manchester, en Inglaterra, fue un instante de su vida único, extraño y fascinante, allí en la calle Oxford Road  vivió tal vez, los mejores momentos de su profesión, estuvo en la cátedra del físico Reynolds, donde sus ayudantes le enseñaron el funcionamiento de Clementina y como debía  tratársela, para que funcione bien, eso, en cuanto a Clementina, pero como pasa muchas veces en la vida, estando con una mujer, conoció a otra y compartió a las dos, con diferente pasión, pero igual cariño, además de Clementina, conoció a Beatriz, Beatriz Smith, una joven y bella inglesa, estudiante de filosofía, a la cual amo todos los días, en su estadía en Manchester, mientras caminaban por sus parques interiores, o salían los fines de semana a recorrer la ciudad, un día –ahora lo recordaba claramente, en su estudio frente a la notebook, la brisa y la ventana abierta- a punto de volverse a Buenos Aires, con todos los conocimientos sobre Clementina aprendidos, mientras caminaba con Beatriz ya llegando a la facultad, en la esquina de la calle Quay y de Byron, sobre la escalera de Adán, se detuvo y le dijo, mientras se reflejaba en sus ojos celestes que inquietos le miraban.
--Concluí con Clementina, dentro de diez días vuelvo a Buenos Aires.
Escucho, más que escuchar gozo sus palabras.
--No quiero Manchester sin ti, llevame contigo a Buenos Aires.
--¿Y tu carrera?
--¿Enseñan filosofía allá?
--Si
--¿Entonces?
Feliz de la alegría que sentía, se volvió de Londres a la Argentina, con dos mujeres, una real, Beatriz y otra, ni siquiera virtual, como podría ser ahora, en ese entonces Clementina de profesión computadora, era solo una cinta de papel perforado, que alimentaba a una impresora, más que virtual, Clementina era textual, en cambio Beatriz no la del Dante, sino la suya, era el amor de su vida. Llegaron con el grupo de alumnos y alguna que otra inglesa a Buenos Aires, en el mes de octubre de mil novecientos sesenta, Clementina ya estaba en el país y se esperaba ponerla en funcionamiento hacia enero del año siguiente, ellos se pusieron en marcha mucho antes, con Beatriz alquilaron una casa por Belgrano, les quedaba cerca de la ciudad universitaria y comenzaron a trabajar, para integrarse a la sociedad, el volvió a sus tareas en la facultad y ella daba conversaciones en ingles a ejecutivos de empresas, así empezó su vida en pareja, esperando ansiosos, que Clementina llegue a ellos, esto ocurrió el mes de enero tal como estaba programado. En ese momento era joven, nunca había pensado que llegaría a viejo y ahora, le parecía que la juventud, fue algo que sucedió ayer, tan relativo es el tiempo, a medida que los años pasan, se acordaba y volviendo a Clementina, que lo más importante en ella fue eso, el manejo del tiempo, de su tiempo en los cálculos, la posibilidad de probar y rechazar ideas rápidamente y de llegar, a soluciones que antes le llevaban meses, de arduas operaciones matemáticas y ahora, en horas apenas, de entregarle a Clementina, las preguntas adecuadas, sobre el lector fotoeléctrico, todo era más fácil, cada hueco redondo de la cinta de papel, que ingresaba en ella, era el equivalente a una tecla que apretara hoy, en el teclado de su notebook. Fueron épocas felices de la facultad, del país, de ellos, de todo el grupo de científicos y técnicos que trabajaron ahí, en el primer pabellón de la incipiente ciudad universitaria, en medio de la nada, cerca del río, de los bosque de Palermo, de las tardes de verano, que caminaba con Beatriz, tomados de la mano, igual que en Manchester, ¡Si igual que allá! Porque creía que Clementina trajo a su universidad, un espíritu de universidad excelsa y lo puso a disposición de todos ellos acá y debía decir, sin temor a equivocarse, que todos los científicos que trabajaron cerca de ella, no le fallaron y fueron fiel reflejo, de sus pares de Manchester, en el trato hacia ella, creía que Clementina entendía esto perfectamente y se esforzaba, para entregarles su amor, en cada respuesta que salía de ella, a través de la cinta que perforaba y entregaba a la impresora, para que su texto aclaratorio, apareciera sobre el papel de esta, ¿Magia? Perdón, ¿Ciencia? Amor por los cálculos, por la naturaleza, por la física, por la química, por todos los hechos reales y cuantificables, eso era Clementina, para ellos y ellos para ella, fueron un gran equipo de científicos y profesores, que dejaron en el camino de la universidad argentina, un mojón importante que cambio su historia y Clementina fue sin duda, el alma matemática de todo ello, el fuego tutelar a cuyo calor, cualquier idea, podía ser comprobada o rechazada y en el mundo de los números estos, a su conjuro, se ubicaban rápidos y prestos, en dar las soluciones a las ecuaciones más complicadas y necesarias, para arribar a las resoluciones de problemas complejos, como decía, sin temor a equivocarse, con ella la universidad argentina, -con ella y con el plantel humano, sin el cual nada se hubiera podido realizar- comenzó a andar un camino impensado, en pos de la excelencia académica rumbo a la modernidad, en el campo de las ciencias duras. Hoy en el recuerdo de todo lo que pasó,  se detenía azorado frente a sus palabras -comenzó a andar- nada más terrible que esto para un país, donde su dirigencia de todo tipo pareciera estar atenta, sumamente atenta, a una sola cosa, detener lo que comienza a andar, destrozar aquello que pueda hacerlos independientes, tirar por la borda el éxito alcanzado, para volver inexorablemente al fracaso establecido como paradigma, así sucedió con la universidad, con ellos, con el país y con Clementina, una noche, una fría noche de julio del año sesenta y seis, que se encontraba con Beatriz, en Barrancas de Belgrano, después de haber salido de la facultad, se entero azorado, que la misma estaba siendo tomada por el ejercito, días después supo lo peor, que no solo la facultad fue tomada, disuelto y perseguido su cuerpo de profesores, además de anular totalmente la currícula de sus programas y trabajos científicos, sino que lo peor de todo, ¡Clementina habia sido destruida! ¡Rota! ¡Deshecha! Como un niño irracional, rompe y deshace su juguete, ¿Imaginarían a tropas del ejército ingles, entrando en Manchester y destruyendo todo a su paso? Esa pregunta se hizo y tomo una decisión, debía irse, dejar su patria, dos motivos tenía para ello, de sus dos amores, uno Clementina, se lo habían matado y el otro, Beatriz -que también era inglesa- tenia el temor de no poder protegerla, en la etapa de barbarie que se avecinaba, dos semanas después en Ezeiza, ascendían a un avión que los dejaría en Londres, hacia exactamente cinco años que volviera de allí, convertido en uno más, de los tantos compañeros, que tuvo Clementina aquí en la Argentina y llegaba con Beatriz, su pareja, estudiante de filosofía en Manchester, hoy filosofa recibida en la UBA y hoy, regresaba a ese punto de partida, no habiendo imaginado nunca, que esto podría llegar a suceder, pero había sucedido y pensó que quizás no lo imagino, porque nunca le preguntó a Clementina por lo imprevisible del país, tal vez como tantas veces, ella le hubiera dado la respuesta, lo que siguió luego, fue que llegaron a Londres y al poco tiempo consiguieron trabajo en la UMIST, casualidad de la vida, la casa donde había nacido Clementina, allí en el trabajo cotidiano, tuvo contacto con hermanas, primas, descendientes de ella, que gracias a los avances de la electrónica, se fueron haciendo cada vez más y más pequeñas, cada vez más intimas, más individuales, hoy que estaba allí en su estudio, ya retirado de los claustros pero no de la ciencia, se preguntaba si esta notebook que tenía frente suyo, descendiente directa de Clementina, podría como ella reunir a su alrededor un equipo de científicos que trabajara a su lado, imagino que no, -de pronto le asalto una duda- ¿En la Argentina, valdría el pensamiento de un científico retirado? No sabia, tal vez dirían, pertenece a otro paradigma ya superado, o algo más vulgar, ya fue, de todas maneras y volviendo a Clementina y la Notebook, porque no el I PAD, que será su sucesor, se le ocurría, que vamos de lo colectivo a lo individual, de lo grande compartido, a lo pequeño atesorado y eso, a veces le hacia pensar, recapacitar, mientras estaba sentado en la penumbra de la noche, solo en la habitación, iluminada por la encendida pantalla, que tal vez en busca de lo individual negando lo colectivo, el ser humano se estaba alejando de la creación natural, aquella que va del átomo a la manzana, de lo simple a lo complejo, pensándolo bien tal vez tuvieran razón allá en la Argentina y en todo el mundo, estaba metido en otro paradigma, pero poco importaba, nada debían temer, cuando deje la vida, su paradigma terminaría, no así el trazo de las primeras Clementinas, que le dieron a las ciencias duras y  a todos los conocimientos del hombre, la herramienta fundamental , para el desarrollo que hoy poseen y la verdad, sería su deseo que las clases dirigentes de su país, comprendan alguna vez, que no hay que romper computadoras, sino educar gente y ellas, a su vez, hacer el esfuerzo de educarse, porque después de todos estos años transcurridos, frente a su notebook, en su estudio, con la ventana abierta y la suave brisa que le mantenía despierto, pensó que en definitiva Clementina fue un hito, en un largo camino, del cual no sabemos el principio ni del que tampoco sabemos el final.

    

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