domingo, 3 de julio de 2011

EL ESPIRITU


En el primer crepúsculo del día cuando este amanece Juan Are, avanzó desde la playa hacia la pequeña ciudad balnearia, pese a su prolija ropa deportiva parecía que hubiera surgido de las aguas y todo él, no fuera mas que un deseo, dejado por el destino de alguien, que lo esperase allí en la costa sobre la húmeda arena, para que se encamine a ese encuentro definitivo y antológico que le aguardaba. Apuro el paso sin dejar huella alguna y atravesó las carpas y bañistas y castillos de arena, sin ser notado ni perturbar nada tras de si, se diría que estaba dotado de aire, que era viento y soledad en estado invisible, alma sin cuerpo o a punto de perderlo y corría tras el. Pronto dejó atrás el bullicio y se encontró entre parques y típicas casas de verano de la zona atlántica, esbozo una sonrisa, era el final pensó, el lugar adonde se dirigía no estaba lejos, apenas lo separaban tres casas y algún que otro espacio verde, el chalet sobre la esquina era su meta, el fin de su camino. Cruzó la reja y atravesó el parque, lo inusual de todo esto, que la vetusta reja de hierro no se abrió ni cerró ante su cuerpo y el césped del sendero, no recibió la marca de su peso, solo levedad, el abrirse paso sin que se note, el estar sin existir, ya frente a la puerta de entrada se detuvo un instante y luego la atravesó, como quien aparta un cortinado o una tela, que le estorbase en la búsqueda de aquello que se hubiera impuesto. Se encontró en un living pequeño y confortable, dentro del cual, se hallaba una antigua escalera de madera, cuyos viejos y crujientes peldaños conducían al primer piso, por ella subió sin que se escuchara el menor ruido y nadie de la casa -en el caso de que esta estuviese habitada- podría oír nada que le hiciera imaginar, que alguien caminaba en su interior ya arriba, por primera ves en todo su recorrido se sintió preocupado, miró rápido su reloj, era la hora que su mujer se despertaba, era el instante que si eso ocurría, solo encontraría un cadáver durmiendo al lado de ella y el, por su imprudencia, perdería la condición de seguir en este mundo. Como siempre, igual que siempre, sus aventuras bordeaban la tragedia, a su derecha y frente a el, estaba el dormitorio, una ves dentro dirigió la vista hacia la cama, la tenue luz le permitió ver que su mujer, por suerte aún dormía y un cuerpo estaba junto a ella que era el suyo, decidido, retiro las sabanas y se acostó sobre su propio cuerpo, pronto desapareció en el, mientras en el lecho, desperezándose abrazaba a su esposa con amor.






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