sábado, 21 de mayo de 2011

LAS BUENAS INTENCIONES

Caminaba distraído rumbo a casa, pensando en silencio, hablando conmigo mismo mientras andaba por la vereda solitaria cuando de pronto, al llegar a la esquina me detuve al ver un ramo de flores recién compradas, tirado dentro del cantero de un árbol de la calle, sobre la tierra desnuda, sucia de volantes callejeros y alguna que otra lata vacía de cerveza, las flores tan frescas, tan vivas en sus colores, resaltaban como un grito de angustia causado por una gran desilusión ¿Qué desengaño habrá sido la causa de arrojar de si flores tan hermosas? ¿A quien iban dirigidas? A una mujer casi seguro ¿Qué le pasó entonces a quien opto por este desahogo ante tanta impotencia? ¿O acaso fue una mujer, flor ella misma, que arrojó de si lo que más quería? Vaya uno a saberlo, pero el tallo de la flor, ese cuerpo de fibras verdes y compactas, de pronto tomo forma y eligió imaginativamente ser un rostro femenino, que tomó distancia de mi y empezó su vida como un posible relato, de aquello que tal ves fuera la causa, de porque un ramo de flores fue arrojado sobre la tierra sucia de un árbol de la calle.

--¿Qué flores quiere señorita?
--Gladiolos, déme media docena  elíjalos lindos.
--Aquí tiene señorita le combine tres colores, están muy lindos.
--Si son preciosos ¿Cuánto es?
--Veinticinco pesos.

Tomó sus flores y se alejo rumbo a la casa de su novio, que según le habia dicho quedaba a cinco cuadras de la estación, la calle Artilleros al mil quinientos veintisiete, en esa dirección se encontraría, le explico, con una casa antigua de esas pocas que quedaban en el barrio tipo chalet ingles. La mañana de abril era hermosa, soleada y de temperatura agradable, domingo al mediodía, la había invitado el a almorzar para presentarle a su familia, hacia cinco meses que salían y nunca se sintió tan bien con un hombre, lo veía sincero, alegre, transparente, como se dice un caballero, respetuoso de todo lo que ella quisiera hacer, nunca demostró el menor apresuramiento por conseguir algo si ella no estaba de acuerdo, incluso, el sexo entre ellos, sucedió cuando ella entendió que debía ser y el lo acepto sin ningún problema, así era el, ahora la invito a almorzar en su casa  para que conozca a sus padres y formalizar la relación y por primera ves le hizo un pedido, el que nunca pedía nada, cuando la invito a la casa de los padres le dijo que llevara gladiolos ¿Por qué? Le preguntó asombrada. Porque le gustan mucho a mi madre y además los gladiolos, significan recuerdo y cuando pasen los años y estemos juntos dijo el, tendremos un dulce recuerdo de este almuerzo en mi casa, será un momento en el cual habremos echado los cimientos de nuestra pareja, estaba contenta, muy contenta, ¡Feliz! Por fin había encontrado a su compañero, por fin hoy haría realidad el sueño que toda mujer tiene de proyectar hacia el futuro -con el hombre que la quiere y la comprende- una familia, el núcleo necesario para afrontar el paso del tiempo, en donde se impone perder afectos y refugiarse en los que hemos consolidado en nuestra juventud, todo ello del brazo de aquel que al amarla haya aceptado ser su pareja, la dicha y las buenas intenciones le hicieron caminar esas cinco cuadras sin darse cuenta, cuando se quiso acordar ya estaba en Artilleros al mil quinientos y poco después, frente a esa casita baja de estilo ingles, que el le había hablado tanto, toco el timbre y esperó, mientras lo hacia acomodo el ramo de gladiolos y lo tuvo firme en sus manos, por si salía la madre de el fuera lo primero que vea, ya que esas flores le gustaban tanto, la puerta se abrió y ante ella apareció una señora mayor que interrogándola con la mirada le preguntó.

--¿Señorita?
--Buenos días señora, ¿Está Octavio? Soy la novia ¿Seguro usted es la mama?
--¿Octavio? ¿Qué Octavio? Aquí no vive nadie con ese nombre, además no tengo hijos, somos yo y mi marido.
--¿Qué aquí no vive nadie que se llame Octavio?
--No, lo siento, le abran dado mal la dirección, averigue cual es la correcta.
--No…si, tiene razón disculpe que la haya molestado.
--No, no es nada, vuelva a consultar seguro que hay un error.
--Si gracias no se preocupe, debe tener razón, voy a hacer eso, gracias.
--Adiós.

La puerta se cerró y ella se quedó sola frente al chalecito ingles, con el ramo de gladiolos en la mano, que la señora que la atendió ni había notado, de pronto el día se nublo para ella y una profunda tristeza invadió su alma, lentamente volvió sobre sus pasos y empezó a caminar de vuelta rumbo a la estación, cruzó la calle y noto que algo le quemaba las manos y miró las flores, ¡Hijo de puta! ¡Cretino! y las tiró en el primer árbol que encontró.

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