miércoles, 28 de marzo de 2012

EMPEDOCLES



Soy hijo de Metón, fui muchacho y muchacha, arbusto y pájaro, pez habitante del mar, hoy mi alma purificada habita en este mundo, consecuencia del amor y del odio. Conocí a Pitágoras, frecuente sus misterios, supe del oculto teorema que nunca mostraba. Volví a Agrigento en Sicilia, donde al día siete del mes de mi llegada, consulte al Dios Apolo, buscando el conocimiento del orden universal y el Dios me develo entonces, la teoría de las cuatro raíces. Hablo la Pitia y dijo.
Agua,"yo quiero ser", Fuego,"puedo sentir mi corazón que arde", Aire, "lo que tenes, lo que callas, lo que sientes", Tierra "la de mi calle, polvo, piedra, barro".
Tome del Dios los cuatro elementos, los reuní y guarde en la esfera cerrada de la vida, fueron la concordia con que se unen, y la discordia con que se separan, la consecuencia de toda la materia concebida, solo mezcla y separación de elementos inmutables.
Recorrí Grecia predicando la bondad, la piedad y la solidaridad entre los seres. Siendo medico y orador excelente, ejercite encantamientos, explique que el conocimiento es posible, porque lo semejante conoce lo semejante, revele verdades ocultas y misterios escondidos. Vestido de lino, recorrí las calles seguido de una multitud, que me pedía curarse de sus males. Me convertí en Dios inmortal, a muerte no sujeto, y ceñí corona délfica de laurel y fueron de bronce mis sandalias. Detuve vientos cuando fuere necesario, expulse pestes mezclando agua de los ríos, con Orfeo busque en la noche el origen de las cosas, y encontré en mi pasado, una mujer, que en la transmigración de su alma, fue flor, junco, águila habitante de los cielos y en el presente, compañera mía, que camino a mi lado de lino vestida y con laurel ceñida su cabeza. La ame, como no iba a amarla, la quise como Dios y como hombre y olvido todo por seguirme. El camino nos llevo por pueblos y ciudades, hasta que una peste imprevista, sembró la muerte entre nosotros y Pantea murió y el humo del cercano Etna, transformo al día en la noche, un silencio profundo nos sobrecogió a todos y entonces, vi el presagio. El amor tiene que vencer al odio, en la persona de la mujer amada, pero el ciclo de la vida y de la muerte debe ser respetado. Hice traer a Pantea a mi presencia, pálida su tez, sus ojos sin brillo, sus labios entreabiertos no exhalaban mas el aire de la vida, coloque su cuerpo sobre un catre de mimbre, retire su corona de laureles de su hermosa frente, la cubrí con pétalos de flores, y recite una a una las palabras órficas, que abren las puertas del Hades, me ofrende a Tanatos por su vida, el presagio estaba cumplido. La sostuve en mis brazos,  con mis labios contra los suyos impulse el soplo divino y el milagro se hizo, volvieron los colores  al rostro de Pantea y ella fue quien era. Caía la noche, todos los nuestros cansados dormían por el bosque, le pedí a Pantea que también ella lo hiciera, la oscuridad se hizo mas pesada, impulse vientos milagrosos y con ellos retire la peste, para no producir mas daño sobre los míos, otra vez, sobre la frente de Pantea deje mi ultimo beso. Escuche mi nombre pronunciado por Tanatos, la hora de la partida había llegado para mi ,Dios inmortal, a muerte no sujeto, el presagio debe ser cumplido, al conjuro del oráculo, contesto la Pitia: "un estado perfecto me domina, cuando estoy frente al fuego crepitante" y partí, para cumplir con Orfeo, lentamente en dirección a la boca del Etna, subí hacia el fuego con paso decidido, vestido en lienzo, con mis sandalias de bronce sonando con el canto de la muerte entre las rocas, llevaba la corona de laurel, todo yo era un Dios órfico sabiendo mientras iba, que solo lo semejante conoce a lo semejante. Llegue a lo alto, del cráter inmenso explotaban "rojas, azules, naranjas, amarillas hojas soberbias de su real plumaje", largas lenguas de fuego, en el, Tanatos me aguardaba y Hades, se preparaba a recibirme en el jardín de las hespérides. Mire hacia el mundo, supe que en el había dejado para siempre, embebida en agua, grabada en fuego, transportada en aire y amasada en tierra, la figura de los cuatro elementos, encerrada en la esfera de la vida. Incline mi frente, debo volver al lugar de donde vine, soy un Dios y el Etna me llama, el soy yo, yo soy, fui y seré, el crepitar del espíritu humano, en la llama eterna del conocimiento.


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