domingo, 25 de marzo de 2012

LAS BUENAS INTENCIONES


Caminaba distraído rumbo a casa, pensando en silencio, hablando conmigo mismo mientras andaba por la vereda solitaria cuando de pronto, al llegar a la esquina me detuve al ver un ramo de flores recién compradas, tirado dentro del cantero de un árbol de la calle, sobre la tierra desnuda, sucia de volantes callejeros y alguna que otra lata vacía de cerveza, las flores tan frescas, tan vivas en sus colores, resaltaban como un grito de angustia causado por una gran desilusión ¿Qué desengaño habría sido la causa de arrojar de si, flores tan hermosas? ¿A quién iban dirigidas? A una mujer casi seguro ¿Qué le paso entonces a quien opto por este desahogo ante tanta impotencia? ¿O acaso fue una mujer, flor ella misma, que arrojo de si lo que más quería? Vaya uno a saberlo, pero el tallo de la flor, ese cuerpo de fibras verdes y compactas, de pronto tomo forma y ante mi imaginación, se transformo en el espíritu de una joven,  que comenzó a relatar las circunstancias por las cuales esas flores se encontraban allí.
--¿Qué flores quiere señorita?
--Gladiolos, deme media docena.
--Aquí tiene señorita, le combine tres colores, están muy lindos.
--Si son preciosos ¿Cuánto es?
--Veinticinco pesos.
Tomo las flores y se alejo rumbo a la casa de su novio que según le había dicho, quedaba a cinco cuadras de la estación, la calle, Artilleros tres mil veinticuatro, en esa dirección le explico, se encontraría con una casa antigua de esas pocas que quedaban en el barrio tipo chalet ingles, la mañana de abril era hermosa soleada y agradable, domingo al mediodía, la había invitado a almorzar para presentarle a su familia, hacia un mes que salían y nunca se había sentido tan bien con un hombre, lo veía sincero, alegre, transparente, como se dice un caballero, respetuoso de todo lo que ella quisiera hacer, nunca demostró el menor apresuramiento por conseguir algo si ella no estaba de acuerdo, incluso, la relación sexual entre ellos sucedió cuando ella entendió que debía ser y él lo acepto de mil amores, a los pocos días de esto la invito a almorzar en su casa para que conozca a sus padres y formalizar la relación y por primera vez le hizo un pedido, el que nunca le pedía nada, cuando la invito a la casa de los padres le dijo que llevara gladiolos ¿Por qué gladiolos le pregunto asombrada? Porque le gustan mucho a mi madre y además los gladiolos, significan recuerdo y cuando pasen los años y estemos juntos dijo él, tendremos un dulce recuerdo de este almuerzo en mi casa donde en el, formalizaremos nuestra relación. Estaba contenta ¡Muy contenta! ¡Félix! Por fin había encontrado a su pareja, por fin hoy formalizaría el sueño que toda mujer tiene de formar hacia el futuro, con el hombre que la quiere y la comprende, una familia, el núcleo necesario para afrontar el paso del tiempo, donde la vejes impone perder afectos y refugiarse en los que hemos consolidado en nuestra juventud, precisamente a través de la integración de una pareja. La dicha y los buenos pensamientos, le hicieron caminar esas cinco cuadras sin darse cuenta, cuando se quiso acordar ya estaba en Artilleros al tres mil y poco después, frente a esa casita baja de estilo ingles, que él le había hablado tanto, toco el timbre y espero, mientras lo hacía acomodo el ramo de gladiolos y lo tuvo firme en sus manos, por si salía la madre de él fuera lo primero que vea, ya que esas flores le gustaban tanto. La puerta se abrió y ante ella, apareció una señora mayor que interrogándola con la mirada le pregunto ¿Señorita?
--Buenos días señora ¿Esta Octavio? Soy la novia me están esperando.
--¿Octavio? ¿Qué Octavio? Aquí no vive nadie con ese nombre, además no tengo hijos, soy sola con mi marido.
--¿Que aquí no vive nadie que se llame Octavio?
--No lo siento, le abran dado mal la dirección, averigue cual es la correcta.
--No si tiene razón, disculpe que la haya molestado.
--No no es nada, averigue, seguro como le digo tomo mal la dirección.
--Si gracias no se preocupe, debe tener razón, voy a hacer eso, gracias.
--Adiós.
La puerta se cerró y ella se quedo sola frente al chalecito ingles, con el ramo de gladiolos en la mano, que la señora que la atendió ni había notado, de pronto el día se nublo para ella y una profunda tristeza embargo su alma. Lentamente volvió sobre sus pasos y empezó a caminar de vuelta hacia la estación, cruzo la calle y noto de repente que algo le quemaba las manos y miro las flores ¡Hijo de puta! ¡Cretino! Y las tiro en el primer árbol que encontró.


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