miércoles, 28 de marzo de 2012

TANGO



Los sábados a la tarde, era el primero que llegaba a la pérgola de las Barrancas de Belgrano, entre Echeverria y Sucre, de todos los que se dirigían allí a bailar tango. Con su aparato de música, su altoparlante y un manojo de CD tangueros, dispuestos a desgranar los compases del dos por cuatro a través del tiempo, desde ayer, a estos días de rock y cumbia, salsa y balada, en el tumultuoso mundo de la música actual. Dejaba sus cosas a un costado, experto en conectarse a la red de luz municipal del alumbrado, pronto conseguía que su centro musical, este con la energía suficiente para funcionar tal como él quería, una vez resuelto esto, comenzaba a acomodar la pista, barría minuciosamente con un escobillon el piso, para retirar el polvo acumulado de la semana y luego, echaba agua jabonosa sobre el mismo que lentamente, distribuía con un secador por todos lados, de a poco, manipulada por el, la pista iba quedando en condiciones, para que los pies de lo bailarines, acompasadamente, la recorrieran una y otra vez, el brazo de él, en la cintura de ella, el rostro de la compañera, descansando sobre su pecho, dejándose llevar, era el ritual, era la misa del baile popular de un país, donde paradoja argentina, ¿Una más? De popular ya no le quedaba nada. Termino su tarea y miró alrededor, todo perfecto, solo faltaba que los tangueros de ley fueran llegando, de a uno por ves o en pareja, para que el baile se vaya armando y el tango, una vez más, sea rey y señor, dirigió su vista al panorama que desde allí se le ofrecía, a lo lejos, la estación Belgrano C con muy poca gente por ser sábado, más allá, el Barrio Chino, perdiéndose en diagonal por Arribeños, con su portal de entrada, que anunciaba el paso a Oriente, de una sociedad, cuya meta siempre fue y es, el mundo occidental, más cerca, alrededor suyo, casi conviviendo con el y sus CD de tangos, parejas jóvenes sobre el césped acariciándose, hablándose, besándose, jugando a ser felices, disfrutando de un día no laborable en sus vidas, mujeres solas, llenas de perros, perros acompañando a mujeres sin compañía alguna. Esbozo una sonrisa, todo igual pensó, como todos los días, como será mañana, todo mezclado con el tiempo, que el ser humano, no sabe usar y lo deja perder, la juventud, que se imagina eterna y la vejes, que no se puede soportar, igual que el tango, la vida es una historia sin final feliz, atravesada por ratos de alegría, después de todo, la estación, el Barrio Chino, las mujeres solas, los perros, las parejas en el césped, todo, todo, bien podría formar parte de un tango, que no sería difícil componer, ¿O acaso? Si bien el mundo cambio, ¿En lo profundo de su ser? ¿Cambió el hombre o la mujer? La estructura vertebral de cualquier tango, lo que le da consistencia y razón de ser a la música ciudadana, ¿No es igual hoy que ayer? Historias, esos pequeños cuentos de pareja, cuyo fondo musical es el dos por cuatro, ¿No deberían tener el mismo sustento y la misma sabiduría en el presente, que como antaño la tuvieron? Quizás lo distinto, fuera el ritmo, ¡Eso! Estaba casi seguro, el ritmo de hoy era diferente, de otra frecuencia, evidentemente la gente se movía a otra velocidad, eso que llaman ansiedad y en los cuarenta apenas si se conocía, hoy es moneda corriente, te amo pero estoy ansioso, deseo tener, mas la ansiedad me domina, la diversión pasa por largar la ansiedad y así todo, si tal cual, si bien los problemas eran los mismos, se vivían con frecuencias que nada tenían que ver con las de antes. Hablando de ansiedad, ya eran cerca de las siete de la tarde y todavía nadie habia aparecido, raro no, pero bueno, hoy era el primer día que empezaban los bailes al aire libre, por ahí la gente todavía no se dio cuenta, pero ya vendrían seguro, la verdad que por lo común, esperaban que se haga un poco más de noche, que se vayan los perros y las mujeres solas, que en el Barrio Chino camine por Arribeños, mucha más gente, así al verlos a lo lejos, parecería estar bailando dentro de otro baile, como si las cosas se mezclaran y un solo ritmo, aquí y en el Barrio Chino y, sobre las vías desiertas de la estación y en las paradas de los colectivos, todo lo invadiera el dos por cuatro, el bandoneón, la guitarra el violín y el piano, como un océano indescriptible, donde el ser humano, se bañara en las aguas purificadoras de su alegría interior, echa música bailable, sobre la pista de la pérgola de Barrancas de Belgrano. Miró los senderos adyacentes, la noche ya reinaba entre sus ladrillos, los perros y las mujeres solas, ya no estaban, sobre el pasto, las parejas mas juntas y apretadas apenas hablaban, abajo, en el Barrio Chino la gente y las luces en todo su esplendor, de un momento a otro aumentaban, solo, en el escenario de la pérgola, de pronto se dio cuenta, tuvo como una intuición, imagino y estuvo en lo cierto, que esa noche al menos nadie vendría, o tal vez muy pocos, o quizás ninguno, decidiera venir a bailar el dos por cuatro, debió haber tirado más folletos, pero no arrojó ni uno, debió recordar que de un año para otro y en el frenesí de los nuevos ritmos, la gente se olvida, pero nada de eso habia echo, por lo tanto estaba solo en la pérgola, recorriendo el piso tan bien lavado y viendo las estrellas, que en el cielo, creyó ver lo miraban, se cansó de esperar, de que sea él, quien siempre espere a que la gente llegue, fue directo a la compactera y puso un Compaq con los mejores de Julio Sosa, miró de nuevo los bancos del paseo de barrancas, cercanos a él, ya no estaba el sol y en ellos, nadie se sentaba, nadie no, en uno, que se encontraba frente a la entrada de los escalones, que llevan a la pérgola, una mujer, estaba sentada, ausente de todo, con los ojos clavados en el equipo de música, de donde las voz de Julio llevaba al alma de quien la escuche, la tristeza del tango echa canción, la observó un instante y otro dudo, la última mujer sola pensó, también pensó, que había puesto empeño en armar el equipo de música, conectarlo a la red, lavar el piso, preparado todo para bailar, no para escuchar, no dudo más, bajo de un salto los cinco o seis escalones que lo separaban del banco de ella y la encaro.

--Bailas, es Julio Sosa.
--Si.

La tomó de la mano y la llevó al centro de la pérgola, le pasó el brazo por la cintura y su mano derecha agarró su mano, se apretaron fuerte y el dos por cuatro, desgrano sus pasos, marcados por la música, sobre el piso de cemento sin una gota de polvo, donde los pies del bailarín, se deslizaban según el compás de cada instante, mientras en todo momento, la voz de Julio cantaba al oído de ellos, la aventura de dos enamorados, que según la letra ya no estaban solos, el dirigió sus ojos a lo lejos, hacia Arribeños y por un segundo, sintió que nadie había faltado y un montón de gente, estaba bailando como la mejor de las noches.


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