viernes, 16 de marzo de 2012

LA CAJA Y EL CONTENIDO


En la línea estrecha del horizonte, se veía a una lancha, que avanzaba lentamente, luchando contra la bajamar, que le impedía avanzar hacia la costa, sobre esta, siete impacientes hombres de aspecto marinero, la esperaban con ansiedad, mientras una botella de whisky, corría entre ellos, para mitigar el frío, que un mediodía de invierno, desparramaba sobre la playa, para convertirla en el sitio más inhóspito, que elegir alguien pudiera. Salvo las gaviotas, la arena y la espuma, la soledad era absoluta, la lancha de los inspectores de la aduana, no existía, la gente del pueblo, encerrada en sus casas al lado de la chimenea, almorzaba indiferente, a todo lo que pasara afuera, en el mar, sobre la costa, los siete hombres miraban la lancha, que penosamente se acercaba, queriendo ayudarla con la mirada, atraerla con sus ansias, pero la corriente mar adentro, resultaba muy fuerte y la marcha hacia la costa, se hacia lenta. Era una lancha mediana, de las que se usan para la pesca, su casco de color rojo y su cubierta negra, tenía un nombre de mujer, con cuatro letras, Mara, escrito en amarillo, sobre el casco de su proa, tres tripulantes iban en ella y les costaba mucho, mantener el rumbo, pero se los veía expertos, en cuestiones del mar, porque lentamente, retrocediendo y adelantando, poco a poco, iban logrando su objetivo y así fue, después de hora y media, estuvieron en línea con la costa, del grupo de los siete que esperaban, surgió un bote echado a las aguas y pronto este, con tres tripulantes a bordo, se coloco al costado de la lancha, sin hablar, con solo un gesto como saludo y consentimiento, de que hasta ese momento todo había salido bien, los de la lancha, comenzaron a descargar en el bote, cajas que traían, no eran muy grandes, así que quince cajas, fueron puestas en el bote, cuando aparentemente se cargo la última, este se separó de la lancha y los tres remeros, lo guiaron a la costa, cuando llegó a esta, allí los aguardaban los otros cuatro marineros, que rápidamente cargaron la carga en un carro, que estaba oculto en un alto acantilado no lejos de ellos y una ves esta operación concluida con éxito, decidieron alejarse lo más rápido posible, dos, se fueron a la parte delantera del carro a manejarlo y los otros cinco, se acostaron con la carga en la parte de atrás, tapando todo con fardos de alfalfa para dar de comer al ganado, lentamente por la arena, llegaron al camino de tierra dura, que bordea el mar y se alejaron, los del carro vieron como a lo lejos, sobre el horizonte, la lancha giraba a la derecha, para volver al puerto, el que llevaba las riendas del caballo, consulto la hora, serían las cuatro de la tarde, todo habia salido tal como pensaban y respiro con alivio, mientras apuro al caballo, ya que quería evitar en lo posible, estar en el camino cuando las sombras de la noche caigan, ya que se encontraban  en invierno y oscurecía temprano, de pronto se dio cuenta que por el apuro, tal ves por los nervios, o quizás porque no era necesario, no había cambiado una palabra, con su acompañante en el carro, se volvió hacia su derecha y le hablo.

--Octavio hemos tenido suerte, la carga esta con nosotros, una vez la dejemos en la granja, habremos terminado, cobraremos el dinero y listo.
--Cierto José, todo salió bien, ¿Qué llevaran las cajas? ¿Cuál será su contenido?
--No se ni me interesa, solo quiero que cobremos, repartir la plata entre nosotros y adiós, perdernos en el pueblo, en el trabajo y la vida común, de todos los días, esto para nosotros ha sido algo extra, que nos deja unos pesos necesarios, nada más.
--¿Nada más José? A vos no se te escapa, que la carga que llevamos, entró de contrabando, como esas otras más, que estuvimos pasando, esto no es un trabajo extra, se llama asociación ilícita, formación de banda en situación de fraude al estado, siempre me pregunto, si lo que el paga, va en relación, a lo que nosotros arriesgamos, ¿Quién pagará los abogados llegado el caso?
--No se, supongo que nadie, si llega el caso, estaremos como un pajarito, frente al gato, sin atener a nada, en realidad, somos un rejunte de vagos, de tipos que no sirven para una mierda, solo dedicados a la joda y los laburos marginales, como este. A veces pienso que debería cambiar nuestra suerte, somos siete, tendríamos que pensar un golpe grande, juntar la plata y escapar del pueblo.
--El golpe grande, si realmente lo queres hacer, esta a la vuelta de la esquina.
--¿Qué estas diciendo Octavio, no te entiendo nada?
--Mira, lo vengo pensando hace mucho, es cuestión de no llegar a la granja donde vamos, cuando encontremos el bosquecillo de sauces, allí nos metemos, bajamos, hablamos con los muchachos y si estamos todos de acuerdo, abrimos una de las cajas, vemos que tienen y el contenido, lo repartimos entre los siete, después nos vamos, cada cual por su lado y si nos han visto, que no se acuerden.

Parece que Octavio y José, se pusieron de acuerdo en sus intenciones, porque apenas apareció el bosque de sauces en el horizonte, un rato después, estaban perdidos dentro de el, bajando del carro retiraron los fardos de pasto, de la parte de atrás del mismo, los cinco componentes restantes del grupo, descendieron, sorprendidos.

--¿Qué pasa muchachos, no vamos a la granja, como siempre fuimos?
--Pasa –dijo Octavio- que hoy cambie de planes, estuve hablando con José y dijimos, que esto no nos deja guita y yo le propuse, robar la carga y desaparecer, previo repartirla entre todos, ¿Qué les parece? Ustedes deciden.

Se miraron todos, un rato en silencio, como pensando los pro y los contra, de tamaña aventura, además, ¿Qué tendrían las cajas? ¿Valdría la pena su contenido, como  para repartirlo entre siete y que todavía quede plata, como para que resulte atractivo correr todos los riesgos, que tal decisión suponía? Se miraron nuevamente y al final, hablo Alfredo, uno de los cinco, ocultos en la parte de atrás del carro.

--Octavio, la idea puede ser buena, si la carga por su valor justifica los riesgos, por lo tanto, lo mejor sería abrir una caja y ver que contiene.
--De acuerdo Alfredo, anda al carro, debajo del asiento del conductor, vas a encontrar una barreta, tráela y forzamos una caja.

Fue Alfredo hasta el carro y poco después, volvió con lo que le habían pedido, Octavio con la barreta en la mano, se acerco a una caja e hizo saltar, el precinto de su parte superior, las maderas cayeron al suelo y ante ellos, apareció el contenido, que esperaban ver, era algo que para una sola persona, podía tener un valor, para siete no, eran botellas de whisky, el contrabandeaba licores y ellos contribuían, a encarecer el whisky que en el pueblo, la gente bebía.

--¡Whisky, nada más Octavio!  ¿Por esta porquería arriesgamos nuestra libertad? En la próxima yo largo, no cuenten conmigo.
--Bueno calma muchachos, ayuden por favor, a arreglar la tapa de la caja que abrimos y después debemos apurarnos, porque ya se esta haciendo noche en el camino y llegaremos muy tarde, a la granja.

Se pusieron a juntar las tablas y los flejes de chapa, que se habían caído, acomodaron todo y taparon la caja lo mejor que pudieron. Un rato después, estaban de nuevo en el camino de tierra, rumbo a la granja, con la diferencia que sobre ellos, la noche con su sombra había llegado y todo lo cubría, conocedores del lugar que estaban recorriendo, esto no les producía ningún inconveniente, el único problema que les ofreció la noche y no pudieron verlo, fue que en un recodo de la ruta que ellos transitaban, una patrulla de la policía del pueblo, vigilaba la zona, controlando todo lo que por ahí pasaba. Al verlos venir los detuvieron y los obligaron a bajar, ya cuando en la parte de atrás del carro, descubrieron no alfalfa, sino hombres y cajas, las cosas se complicaron para ellos, el oficial vio una mal cerrada y la hizo abrir, el whisky apareció ante sus ojos, abran las otras ordeno a su gente, las otras catorce fueron abiertas y en su interior, relucientes barras de oro ofrecían su resplandor, a las codiciosas y cansadas y asombradas pupilas, de los siete, el oficial miro a su tropa y dijo.

--La primera vez que veo en esta zona, tanto oro junto, suban a estos siete idiotas al carro y vamos, al destacamento.

Esta vez, sin alfalfa que los tape, seguidos por la atenta mirada de los policías, los siete iban sobre el carro, como antes igual lo habían hecho, José y Octavio delante, los otros cinco detrás, mientras cambiaban de rumbo, volviendo hacia el pueblo, Octavio lo miro a José a los ojos, un rato en silencio y de pronto estallo en sus labios, la frase de la bronca contenida.

--¿Puede ser José, tener tan mala leche y abrir la caja que contenía whisky?



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